Olga

GRAN DUQUESA OLGA NICOLAIEVNA ROMANOVA
(Por Marie Stravlo)

La gran duquesa Olga Nicolaievna Romanova (en ruso Великая Княжна Ольга Николаевна), nació en Tsárskoye Seló el 15 de noviembre de 1895. Fue la primogénita del zar Nicolás II y de su esposa, Alejandra Fíodorovna.

Por desgracia para la pareja imperial, Olga nació con oxicefalia (cierre prematuro de la sutura coronal). Los mejores médicos del imperio la visitaron y le recetaron curas eléctricas hasta que, finalmente, tuvo una pequeña intervención quirúrgica, cuya huella quedó marcada en su cráneo para el resto de sus días.

Hay varias crónicas que hablan de la infancia de Olga, y todas le dan unas características similares: compasión, buen corazón, honestidad, inteligencia y cierto mal humor.  Al igual que el resto de sus hermanas, recibió una educación muy esmerada de la mano de su institutriz, Margaretta Eagar y de los tutores Pierre Gilliard y Charles Gibbes. Aunque era la hija primogénita del hombre más rico del planeta, tuvo una vida muy sencilla durmiendo en catres de metal y duchándose con agua fría todas las mañanas. Los criados y tutores recibieron órdenes de no utilizar con ninguna de las grandes duquesas ni con el zarévich el tratamiento de “alteza imperial”, sino solo su patronímico, así que era llamada simplemente Olga u Olga Nicoláievna.

Tuvo desde pequeña una mente brillante y despierta, interesándose en la lectura de periódicos y en temas políticos, gustándole opinar y a veces siendo un poco rebelde. Aunque respetaba a sus padres, tenía mucha mejor relación con Nicolás, con el que iba a nadar y a pasear. Con su madre la relación fue más bien distante, algo áspera, sobre todo en la adolescencia, cuando la zarina recriminaba a Olga su comportamiento. Olga por su parte resentía de su madre la frialdad con que comportaba, incluso durante situaciones íntimamente familiares, actuando con altivez y sin dejar de lado su papel de zarina de Rusia. Conforme pasaron los años su admiración por su padre se volvió notable y en su madurez se volvió casi una obsesión.

Con la hermana que mejor relación tenía, tal vez por su cercanía de edad, era con Tatiana (eran llamadas el par mayor). No obstante, al igual que el resto de sus hermanas, cuidaban y mimaban al pequeño Alexei, que sufría de hemofilia (ella misma podría ser potencialmente portadora del gen de la hemofilia). Por esta enfermedad entró en la corte el famoso starets Grigori Rasputín, al que toda la familia llamaba “nuestro amigo”. Olga, sin embargo, desconfiaba de él. Esta relación con el monje hizo circulasen los rumores por la corte, afirmando que había seducido a la zarina y a las cuatro grandes duquesas, empezando a aparecer todo tipo de sátiras y dibujos obscenos. Todos eran rumores infundados y producto de mentes enfermas que pretendían dañar a la familia.  Finalmente, Rasputín fue asesinado en la noche del 29-30 de diciembre de 1916 y, al igual que sus hermanas, firmó un icono con el que el monje fue enterrado. En su autobiografía “Estoy viva, memorias inéditas de la última Romanov”, publicado por Editorial Planeta en Madrid, España en 2012, cuenta los detalles del cortejo fúnebre mientras atravesaban el parque cubierto de nieve, hasta llegar al sitio designado para enterrar a Rasputín.

Como primogénita del zar de Rusia, su futuro enlace matrimonial era tomado como un asunto de Estado.  Sí se planteó su matrimonio con el príncipe Carol de Rumanía (futuro Carol II y padre del actual rey Miguel I), también con el príncipe Eduardo de Gales (primogénito del rey Jorge V del Reino Unido y tío de la actual reina Isabel II) o con el príncipe heredero de Serbia, Alejandro.

Olga sin embargo manifestaba vehementemente su deseo de permanecer en Rusia, haciendo difícil la elección de un marido a su nivel real. Es quizá por ello que el escritor, Edvard Radzinsky, en su libro “El archivo de Rasputín”, afirma que hubo intenciones de casarla con el gran duque Dmitri Pavlovich, pero no hay muchas más fuentes que lo confirmen. Otras fuentes citan como un candidato al gran duque Boris Vladimirovich, aunque la reputación de este último y la gran diferencia de edad eran del total disgusto de la zarina Alejandra. Ella quería para su hija un matrimonio por amor, al igual que el suyo propio, y no una unión que la hiciera sentir desgraciada. Mientras tanto, Olga tuvo pequeños coqueteos. El primero fue con su primo hermano, el príncipe Segismundo de Prusia, hijo de la princesa Irene de Hesse, hermana de Alejandra. El infantil amorío comenzó durante el viaje que la Familia Imperial realizó a Darmstadt en 1910. Lógicamente, al enterarse la zarina de esta situación les llamó la atención, pues no solo no era aceptable una relación entre primos hermanos, de acuerdo con las leyes rusas, sino que el peligro de la hemofilia estaría más latente. Tanto Alejandra como Irene, tuvieron hijos hemofílicos, y el fantasma de esta terrible enfermedad hereditaria les asustaba sobremanera. Otro idilio efímero de la joven gran duquesa fue  con alguno de sus guardias personales o marineros del Standart (aunque sabía que un matrimonio morganático era impensable). Sin embargo, el gran amor que ocupó su corazón fue hacia Dimitri, el alto y apuesto cosaco que formó parte de su Regimiento y quien le salvó la vida sacándola de Rusia en octubre de 1918, durante una travesía riesgosa, aunque sin duda espectacular e inolvidable para ambos.

Al iniciarse la Primera Guerra Mundial en 1914, ella junto a su hermana Tatiana y su madre, decidieron entrar en la Cruz Roja como enfermeras para cuidar y ayudar a los enfermos y soldados mutilados que llegaban del frente de batalla. Ella disfrutaba hablando con los heridos, escuchando sus historias y conociendo a sus familiares. Sin embargo, el estrés pudo con ella y el 19 de octubre de 1915 pasó a hacerse cargo de la administración del hospital por los ataques de nervios que tenía.

Desgraciadamente, el 22 de marzo de 1917, la familia en pleno, y Nicolás II desposeído de todo poder, fue encerrada en el Palacio Alejandro bajo arresto domiciliario. Kerénski, presidente del Gobierno provisional, decidió evacuarlos en agosto a Tobolsk. En un principio tuvieron algunas comodidades, pues habían sido alojados en la mansión del gobernador, pero cuando ascendió al poder el Gobierno bolchevique tras la revolución de octubre de 1917, se endurecieron las condiciones.

En abril de 1918, Nicolás, Alejandra y María, fueron trasladados a Ekaterimburgo. Ahí los encerraron en la casa de un ingeniero de apellido Ipatiev. Alexei, debido que ha se encontraba enfermo, tuvo que quedarse Tobolsk con Olga, Tatiana y Anastasia hasta mayo. Una vez todos reunidos en Ekaterimburgo, y viviendo en la casa Ipatiev, fueron objeto de malos tratos y vejaciones por parte de los   guardias del Ejército Rojo que los custodiaban. Súbditos y familiares hicieron lo posible por liberarlos.

La guerra civil seguía y el Ejército Blanco avanzaba para derrotar a los bolcheviques y liberar a la ex familia imperial.

Explicar en esta pequeña biografía los pormenores de todo lo que ocurrió en la vida de Olga Nicolaievna es imposible. Mucho menos relatar, por ahora, los detalles de todas las negociaciones que se realizaron para salvar la vida de la última Familia Imperial. Todo se presentará con abundantes detalles y documentos en una biografía que se publicará próximamente.

Brevemente podemos mencionar que la supuesta masacre en la casa Ipatiev nunca ocurrió. Alejandra Fíodorovna y sus hijos fueron evacuados a la ciudad de Perm en la madrugada del 17 de julio de 1918. Ahí estuvieron prisioneras de la Cheka (policía secreta bolchevique), hasta que finalmente pudo ser evacuada, mediante un operativo bien planeado que la trasladó resguardada por dos cosacos, hasta las cercanías de Vladivostok. Allí un comando de élite alemán ordenado por el káiser Guillermo II y su hermano el príncipe Enrique de Prusia, le dieron un pasaporte con nacionalidad alemana, bajo el nombre de María Bottcher, y otro documento en el que rezaba su verdadera identidad. La trasladaron hasta otros sitios seguros, en un recorrido que duro muchos días. El destino final iba a ser Alemania, pero tras la abdicación del káiser Guillermo II se cambiaron los planes. Finalmente, y tras unos meses de estar en un convento en Polonia, Olga Nicolaievna enfermó gravemente y tuvo que ser trasladada de emergencia. Llegó a Hamburgo a principios de noviembre de 1919, donde le esperaba la baronesa Elisabeth von Schaevenbach, por órdenes del káiser. De ahí fue trasladada a Dresden, pues debido a su precario estado de salud tuvo que ser ingresada en el sanatorio de Waisser Hirsch, dirigido por el doctor Lahmann, que mezclaba medicina tradicional con terapias naturales. Permaneció allí hasta la primavera de 1920 y durante su estancia, el cabello se le cayó casi por completo, volviéndole a crecer poco a poco pero ya completamente blanco y muy escaso. Esto hizo que la cicatriz en su cráneo se notara más fácilmente, por lo que en adelante siempre usó un sombrero o un pañuelo en su cabeza.

Tras recuperarse se trasladó a vivir con la baronesa von Schaevenbach y empezó a hacer una vida normal. Pudo reunirse con el káiser en su exilio en Doorn (Holanda), en el castillo de Utrecht, propiedad de los condes de Bentlick.  Ahí el káiser, según ella relata en sus memorias, lloró al verla. Su esposa la ex­-emperatriz Augusta todavía estaba viva y le dio varios regalos que Olga guardó el resto de su vida. También el káiser le dio varias propiedades en Stralsund, Pomerania, muy cerca de la frontera con Polonia, a donde Olga viajaba con frecuencia.

El nombre Marga Boodts lo adoptó tras casarse en 1926 con un oficial alemán de nombre Carl Boodts. El matrimonio no duró mucho, pero ella mantuvo el apellido que le ayudaba a esconder su verdadera identidad.

La gran duquesa Olga fue una viajera incansable. Sus pasaportes revelan los lugares de África y Europa (Austria, Checoslovaquia, Italia, Rumanía, Suiza, y Francia entre otros), donde solía ir a vacacionar, aunque su residencia oficial estaba en Alemania, entre Berlín y Stralsund, en la antigua región de Pomerania. Ahí se localizó el antiguo reino de Prusia, tierra de sus parientes alemanes Hohenzolhern.  Fue aquí desde donde partió en múltiples ocasiones a Polonia desde 1920 hasta 1937, y a Dinamarca en 1927, donde se reunió con la emperatriz viuda, María Fíodorovna, su abuela paterna. Testimonios jurados de personajes de gran credibilidad dan fe de eso y ella lo cuenta también en sus memorias.

Durante su vida Olga Nicolaievna fue portadora de varios pasaportes alemanes. También tenía Licencia de Conducir y los Carnets de identidad como extranjera residente en Italia, a partir de 1939.

En 1934 se reunió, gracias a la intervención del káiser, con el papa Pío XI, también conocido como el papa Ratti. El Santo Padre le mostró el libro de actas donde se reflejaban los bienes que Nicolás II había enviado al Vaticano antes desde 1906 hasta 1914, ante la amenaza de la revolución y quedaron ahí en custodia desde antes de la Gran Guerra. Durante esa visita ella no aceptó el ofrecimiento del Papa de retirar toda su herencia, debido a que en aquellos momentos poseía rentas de sus propiedades, y recibía gran cantidad de dinero de su familia, entre ellos el káiser Guillermo II. También disponía de una caja de seguridad en un banco en el que se guardaba una cantidad impresionante de joyas que su familia logró sacar de Rusia en 1918.

Olga mantuvo amistad y contacto frecuente con varios de los grandes líderes políticos de la época. En sus memorias menciona varios de los políticos que la conocían y sabían perfectamente su verdadera identidad, comenzando por la jerarquía Nazi y los más cercanos colaboradores de Mussolini. A estos últimos los conoció por medio de la reina Elena de Italia, y les agradeció siempre su colaboración y protección.  En 1939, estando ella en San Remo (en la riviera italiana), estalló la Segunda Guerra Mundial, no pudiendo regresar a Alemania porque su administrador, Maximilian Weiss, era judío. Decidió trasladarse a Rumanía, en donde se encontró con su hermana María, que también estaba ahí luego de los difíciles momentos políticos que pasó junto a esposo en Ucrania-Rutenia. Pero ahí la situación también se puso muy difícil y se le ordenó que regresara a Italia. Nuevamente se estableció en San Remo, pero al pasar el tiempo y ver que la guerra continuaba se trasladó a Tremezzo, y vivió dos añ0s en el hotel Bazzoni.

Tras el fallecimiento del káiser en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, su abogado se trasladó a los Países Bajos para retirar un lote valiosísimo de joyas que todavía estaba guardado en la caja fuerte de un banco. La colaboración del Vaticano fue muy valiosa durante esa diligencia, pues las joyas fueron enviadas por valija diplomática a la Santa Sede y ahí ella las recogió, gracias a la intervención del cardenal Paolo Giobbe, quien había sido nuncio en Holanda y conocía perfectamente su historia.

Años más tarde se trasladó a Nobiallo, también en el lago de Como, en una bellísima mansión en la cima de una montaña con vista al lago y a las impresionantes montañas que dividen este pueblo italiano con su vecina Suiza. Resguardada siempre por perros de raza pastor alemán, la casa estaba hermosamente decorada con objetos de Rusia y fotos de su familia, pero en su mayoría de su adorado padre, el zar Nicolás II. Se entretenía durante horas leyendo libros en varios idiomas (pues llegó a hablar ocho lenguas), o tocando el piano, especialmente piezas de Tchaikovsky, que interpretaba de oído, sin necesidad de partituras, pues decía haberlas aprendido desde niña y tocarlas más que con las manos, con su corazón.

Olga Nicolaievna mostrando uno de los tantos retratos de su padre que adornaban su casa en Nobiallo, lago de Como, Italia.

Todavía durante la post guerra Olga vivía cómodamente y derrochaba dinero sin preocupación, pero en la década de los 50, tras un incidente inesperado, el dinero empezó a escasear y por ello se vio en la necesidad de pedir nuevamente audiencia con el papa, esta vez Pío XII, para solicitar el retiro de los bienes que su padre Nicolás II había dejado ahí en custodia. Ella tuvo primero una audiencia en octubre de 1953, de la que queda como constancia una fotografía junto al papa Pacelli y la madre Pascualina Lehnert (gobernanta del Papa). Pero al no poder explicar con detalle su situación ella solicitó otra audiencia por medio de una amiga, que había sido esposa del ministro de Asuntos Exteriores de Polonia y conocía muy bien el caso de la Familia Imperial viviendo en el exilio. La confirmación de la audiencia con su nombre: gran duquesa Olga de Rusia le fue extendida por monseñor Federico Callori di Vignale, Maestro de Cámara de su Santidad. Esta otra audiencia se realizó el 17 de noviembre de 1953. Ella le mostró los documentos de identificación correspondientes y el Papa le dijo estar enterado de todo “el asunto”. Todo esto está ampliamente apoyado por documentos tanto en el archivo personal de Olga Nicolaievna, como en la Minutas de las reuniones efectuadas con personeros de la Santa Sede, expedidas por el Tribunal de Primera Instancia del Vaticano. Ahí se le menciona con su nombre verdadero: gran duquesa Olga de Rusia, y hasta se incluyen las listas de los bienes depositados por el zar Nicolás II, que en aquel tiempo representaban una suma de dinero demasiado cuantiosa. En ningún momento El Vaticano puso en duda la identidad de la reclamante.

Durante muchos años se libró una batalla legal por el susodicho depósito, ya que el Vaticano alegaba no encontrar el libro donde había sido consignado el deposito. Este asunto, del que se tratará ampliamente en la biografía de Olga, (con pruebas documentales). Durante los años que duró el litigio, en el cual también estuvo involucrado el cardenal Montini (futuro papa Pablo VI), Olga recibió una pequeña pensión que el papa Pio XII le entregaba con regularidad a través de la madre Pascualina Lehnert, proveniente de un fondo de caridad que la monja manejaba a discreción del Pontífice.  A pesar de eso, el desgastante proceso legal, en el que también ayudaron a Olga el príncipe Segismundo de Prusia y el gran duque hereditario Nicolás de Oldemburgo, finalmente no tuvo  un final feliz y la decepción de todos los que ayudaron a Olga Nicolaievna se hace patente en las cartas que tanto parientes como amigos enviaron a las más altas autoridades del Vaticano reprochando su conducta  injusta y nada cristiana.

Precisamente, uno de los parientes muy cercanos de Olga que le brindó su apoyo incondicional fue el príncipe Segismundo de Prusia, su primo hermano, que vivía desde 1927 en Costa Rica. El príncipe Segismundo pidió incluso al Nuncio Apostólico en ese país, monseñor Verolino, que interviniese a favor de su prima. En 1957, Segismundo viajó a Europa y visitó primero a su otra prima hermana, Anastasia Nicolaievna (conocida como Anna Anderson), que vivía en Unterlengenhard, Alemania. Luego viajó a Italia y se reunió con Olga en su casa en Nobiallo (Italia) y comunicó sobre dicha reunión al gran duque Nicolás de Oldemburgo, ahijado del zar Nicolás II y a la reina Federica de Grecia (madre de la reina emérita Sofía de España).

Una vez en Costa Rica, el 15 de febrero de 1958, brindó un testimonio jurado en la Embajada de la República Federal de Alemania, asegurando que Marga Boodts era en realidad su prima hermana la gran duquesa Olga de Rusia. Unos meses después, también en 1958, la princesa Carlota Inés de Sajonia Altemburgo, esposa de Segismundo, y su hermano el príncipe Federico Alberto de Sajonia-Altemburgo, viajaron hasta Italia y se reunieron con ella. Existen más de 530 cartas entre los príncipes Segismundo, Carlota, y Federico con la gran duquesa Olga.

El gran duque hereditario Nicolás de Oldemburgo, (1897-1970) era descendiente de la gran duquesa Elena Pavlovna de Rusia (muerta en 1803), hermana de los zares Alejandro I y de Nicolás I de Rusia. Este último tuvo varios hijos, uno de ellos fue Nicolás Nicolaievich (1831-1891), casado con Alejandra de Oldemburgo (biznieta del zar Pablo I), hija de Pedro Gueórguievich de Oldemburgo. Este era hermano de Augusto de Oldemburgo, bisabuelo del gran duque hereditario Nicolás de Oldemburgo.  Como puede observarse Nicolás pertenecía a una familia muy cercana a la dinastía Romanov. Incluso la hermana menor del zar Nicolás II (Olga Alexandrovna) estuvo casada en primeras nupcias con el duque Pedro Alexandrovich de Oldemburgo. Además, la primera esposa del gran duque de Oldemburgo, la princesa Elena de Waldeck y Pyrmont, era prima hermana de los príncipes Carlota y Federico Ernesto, por lo que también se conocían de antemano. Incluso el padre del gran duque Nicolás, fue padrino del príncipe Segismundo.

Tras enterarse de la suerte de Olga Nicolaievna por parte de Segismundo, Nicolás de Oldemburgo fue a visitarla inmediatamente, contrató y pagó a los abogados que representaron a Olga en el litigio contra el Vaticano y le dio una pensión hasta su muerte en 1970. Incluso en 1962 escribió una carta al papa Pablo VI recriminándole que el proceso judicial presentado por Olga Nicolaievna para recuperar los bienes que le pertenecían se estaba alargando demasiado. Todas las cartas entre Nicolás de Oldemburgo y Olga Nicolaievna también existen y se conservan en el archivo personal de la gran duquesa. (Tenemos copias de ellas).

En 1956 Olga Nicolaievna intentó publicar sus memorias bajo el título “Io vivo” (Estoy Viva). Para ello firmó un contrato con la empresa editorial Mondadori. Precisamente el fundador de la casa editorial, Arnoldo Mondadori, acordó con ella la realización de esta autobiografía tan especial, la cual sería traducida a varios idiomas. Los contratos con otras casas editoriales extranjeras también se firmaron. Tras el litigio contra El Vaticano y el peligro que representaba ventilar tanto secreto, se dice que la Santa Sede influyó para que no se publicara la obra. A Olga se le pagaron los montos acordados en el contrato, aunque quedó prohibida la publicación durante un plazo de veinte años.

No fue sino hasta el 2012, que, tras encontrarse el manuscrito en el archivo de la gran duquesa, la empresa editorial Planeta de España accedió a publicarla bajo el título: “Estoy viva, memorias inéditas de la última Romanov”. Dicha obra contiene un prólogo y un epílogo escrito por esta servidora.

Finalmente, Olga Nicolaievna no pudo recuperar los bienes que su padre le había dejado. El conflicto en este caso da para escribir muchísimo más. Su frustración y la preocupación constante se hicieron notar en su estado de salud que empezó a deteriorarse. Después de la Segunda Guerra Mundial prácticamente viajó solo a reunirse con su hermana María, incluso cuando esta última murió en Roma en 1970.

Esos veinte años que transcurrieron desde 1956 hasta 1976, fecha de su muerte contienen una serie de detalles y anécdotas impresionantes. Las visitas de Dimitri (el cosaco que le ayudó a escapar de Rusia) a Italia, rodeadas de nostalgia y secretismo son parte de unas páginas del diario de Olga, dignas de un guion para una película que con seguridad sería maravillosa.

No es cierto que Marga Boodts (Olga Nicolaievna) fuera una impostora. Páginas anónimas presentes en internet alegan que Marga Boodts era una condesa polaca o que había sido acusada en Francia por ser una estafadora. Quienes propagan esas cosas tendrán que demostrar con documentos y fotos que se trata de la misma persona que mostramos aquí. Sabemos que hubo en distintos momentos históricos algunas mujeres que dijeron ser Olga Nicolaievna. Posiblemente pagadas para hacerlo, como distracción. Pero nunca aportaban pruebas ni mostraban fotos para hacer comparaciones mediante técnicas avanzadas de reconocimiento facial. Tampoco tienen documentos auténticos y valiosos como los que obran en nuestro poder.

Existen más de 35.000 (treinta y cinco mil) documentos que relatan esta fascinante historia, definitivamente digna de una mujer con un linaje tan especial como controversial.

Tras la muerte del gran duque Nicolás de Oldemburgo en 1970, el príncipe Segismundo de Prusia, su familia inmediata, y unos pocos amigos suizos e italianos de Olga estuvieron apoyándola moral y económicamente, hasta el último momento de su vida. Una familia italiana, parientes de Marta Airoldi, quien fuera su dama de compañía y secretaria durante muchos años, fue quien la sostuvo económicamente y pagó sus últimos gastos médicos.

Olga era sumamente reservada y celosa tanto de su pasado como de su vida privada. Su hermana la gran duquesa María Nicolaievna y su cuñado, el príncipe Nicolás Dolgorouky también fallecieron en 1970, y ella se volvió mucho más callada y desconfiaba de todos los extraños. En 1974, el príncipe Federico de Sajonia llevó a los periodistas de la BBC Anthony Summers y Tom Mangold hasta Menaggio, donde vivía Olga en ese momento. Ellos habían realizado un documental que tuvo una gran acogida sobre las dudas que existían en torno a suerte de la Familia Imperial. Se encontraban preparando un libro, que supuestamente cubriría muchos detalles más sobre la controversia existente entre la versión oficial publicada por el juez Sokolov en 1924, y los documentos y testimonios que ellos mismos habían encontrado durante su investigación.  Summers y Mangold descubrieron documentos y testimonios que sugerían un traslado de la zarina y sus hijos a Perm, en la madrugada del 17 de julio de 1918, quedando entonces abierta la posibilidad de la supervivencia de todos ellos después de 1918.  Olga no quiso recibir a los periodistas ingleses ni darles ningún mensaje. Misteriosamente se cerró, posiblemente por temor, o porque no confiaba en los ingleses.

Todos sus parientes rusos, daneses, alemanes e ingleses brillaron por su ausencia. Solo el príncipe Segismundo, su querido “Sigi” como lo llamaba en sus cartas, se encargó personalmente de escribir lo que aparecería grabado en su tumba. Él mismo envió una declaración jurada a la Municipalidad de Menaggio explicando quién era realmente aquella mujer que decía llamarse Marga Boodts, y pidiendo que su última morada en esta tierra llevara su verdadero nombre. Escrito en alemán y grabado en mármol verde, en  la tumba de la hija mayor de Nicolás II y de Alejandra Fíodorovna, emperadores de Rusia, emparentados con todas las casas reales más famosas del mundo y miembros de la otrora dinastía más rica y poderosa del planeta decía:

“En memoria, Olga Nicolaievna, 1895 – 1976 Alteza hija del zar Nicolás de Rusia”

 

La fotografía de Olga en 1954, fue tomada en Nobiallo, en el Lago Como. Ella llegó a Italia en 1939, a principios de la Segunda Guerra Mundial y se quedó allí hasta que murió en 1976. El Vaticano lo sabía.

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